jueves, 31 de mayo de 2012

Una a una


 Y de pronto esa sensación. T I E M P O .
Parece detenerse…

Y las balas siguen entrando, una a una, destrozando lo que queda del parabrisas trasero, penetrando la carrocería, agujerando los asientos. Una a una.

Los gritos de Diana se oyen distantes, pero más distante aún se oye todo lo demás.

— ¡¡¡Memo!!! —grita ella.

El eco de su voz retumba en la mente de Guillermo, con la mirada perdida en el parabrisas, o donde solía estar. Los cristales, tela y rellenos de asiento vuelan por el interior del auto. Y las balas siguen llegando. Una a una.

El acelerador a todo lo que da, y el VolksWagen parece de plomo.

Ella, a su lado, arrinconada en el asiento y cubriendo su hermoso rostro con las manos; su castaño cabello suspendido en el aire ante la brisa del viento de la noche y quemado por algunas balas. Vuelve a gritar. Su garganta pronuncia su nombre, desesperada en un grito desgarrador: Memo. Sólo eso. Eso y nada más.

Y él allí, sin saber qué hacer. Sin saber si lo lograrían, sin saber si saldrían vivos de allí. Alcanza a ver al BMW amarillo por el retrovisor, antes de que una bala lo redujera a pedazos. Uno a uno llegan los ecos de los truenos bélicos a través del ruido del motor agonizante y el rechinar de llantas. Una a una llegan las balas. El stereo se hace añicos.

Un grito más de Diana.

El Vocho no puede ir más lento y el BMW ya está sobre ellos. Guillermo divisa la meta por fin: los gigantes de Tlatelolco. Las balas entran una a una y Guillermo ve su carrera sobre Guerrero terminada. Sólo alcanza a emitir unas palabras, casi en un susurro.

— Por favor…

Una bala atraviesa su asiento y le da en la espalda. Un gemido de dolor y un volantazo que hace girar al Vocho en una vuelta brusca hacia la derecha, rodando sobre sí mismo al menos seis veces. El crujido de la carrocería se deja escuchar contra el pavimento en contraste con la tranquilidad nocturna perturbada por aquella persecución. Los escombros que alguna vez fueron Sedán se arrastran contra el pavimento produciendo chispas que amenazan con incendiar el vehículo. El BMW se sigue de largo y se prepara para dar la vuelta a unos metros de allí. Todo en un segundo.

Se acabó la adrenalina. El tiempo fluye y es inconvenientemente más rápido de lo que parecía. De cabeza, aun sentado en el VolksWagen, mira inmediatamente a su lado al cobrar conciencia. Diana. Tiene sangre en el rostro pero no deja de ser angelicalmente hermosa. Él la llama.

— ¿Diana?

Pero ella no responde. Inmóvil.

— ¡Diana! — y sus llamadas se convierten en gritos, en súplicas por que aun siga con vida.

¡¡DIANA!! — En aullidos desesperados.

El motor del BMW listo se deja escuchar a lo lejos. Guillermo toma su mano y la acaricia suavemente.

— Diana — pronuncia con lágrimas desbordándose de sus ojos. Desbordándose, una a una, mientras su voz se quiebra en un llanto casi silencioso — Diana…

Ahora toma su mano con ambas. Inmediatamente la voz de aquella criatura retumba dentro de su mente, lentamente.

¡Hora de ser héroe!

Escucha su voz pero sus labios no se mueven. Diana.
 <<¿Por qué no me das alguna señal de vida?>>

Las lágrimas siguen desbordándose de aquellos ojos castaños, una a una. Aquellos ojos cuya única luz había sido aquel ángel, ahora lo contemplaban sin creer su suerte.

El rechinar de un arrancón contra el pavimento y aquel jinete de muerte emprende la carga, haciendo su rugido cada vez más fuerte.

Una última mirada con los ojos en llanto. Toma su mejilla con la mano izquierda, ahí, de cabeza. Un “Te amo” en silencio y un dulce beso en los labios como puede. El último. Ella, inmutable. Sin percatarse de lo que sucedía, talvez ya se ha ido. Las venas de Guillermo se inundan de algo que apenas se describe como ira. Ahora su mano busca la precaria manivela de la puerta, abriéndola.


 13-11-2008

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