lunes, 6 de enero de 2014

Águila II


Me disculpé con Jessica y Mario. Diana debía seguir durmiendo, así que me dispuse a buscar a la única persona que creí que entendería cómo fue que nos involucramos en esta guerra. Una guerra que era, al principio, más mía que nuestra, y que terminó por golpearnos a ambos en un nivel muy personal. Todos sabían lo de Diana, pero yo sólo tenía rumores de lo que había acontecido exactamente en aquel tiroteo con nuestra propia Marina Armada.

— Si quieres que limpie por última vez tu .45, déjala sobre la mesa. Igual, ya casi me voy.

Lo encontré afuera de una de las tiendas, arreglando sus cosas sobre una mesita de madera podrida ya por la humedad. Vicente le había dado la moto como había prometido; si es que a esa chatarra podía llamársele moto.

No supe qué decirle y él ni siquiera levantó la mirada. Odiaba cuando hacía eso. Sabía que yo estaba ahí, pero no se dignaba a hacer más que reconocer mi prescencia al mismo tiempo que ignorarme. Un guerrilla se acercó para traerle una caja llena de cargadores con balas para su M-16, todavía con sangre seca de los Dragones a los que habían pertenecido.

— Gracias, Pedro.

Me di cuenta de que no era que no quisiera que nadie lo molestara.

— Buena suerte, mi Aguilín —respondió, después de dejarle la caja en el suelo.

Y no era que Águila no quisiera hablar con nadie.

— ¿Irás en la primera avanzada?

Era que no quería hablar conmigo.

— Nah. Me toca escoltar a Vicente. Dicen que los Dragones todavía tienen una posición de artillería por ahí en la selva. Disque con blanco en nosotros. A ver siscierto. Por lo mientras, hasta aquí.

Pedro le extendió la mano a Águila, que estaba sentado en una cajita de madera a punto de romperse. Éste se levantó mientras correspondía al saludo.

— Cuídate, cabrón. —Se dieron un abrazo efusivo. De esos con palmaditas— Y gracias por salvarme el pellejo. Dos veces.

— Simón. Cuando quieras —respondió Pedro.

— Ps a ver si nos vemos en la playa.

— Ps a ver... —Y, después de darse un último apretón de manos, se fue sin más. Águila volvió a su precario asiento.

Tras haber sido testigo de su despedida, e ignorado casi por completo, obedecí a Águila. Dejé mi Colt en la mesita, esperando que el peso del arma no venciera sus enclenques patas. Él siguió un rato en sus asuntos, hasta por fin volteó a verme, y luego a la semiautomática en la mesita. Quitó entonces sutilmente un papelito de abajo de la pistola.

— ¡Una foto! —dije sorprendido, refiriéndome al pedazo de papel que yo había confundido con cualquier cosa.  Él sólo me miró a los ojos medio segundo, antes de guardársela en alguna parte del chaleco.

— Perdón —alcancé a decir.— Está algo maltratada. Parece que la rescataste de la basura...

— Espero que ésta sea la última vez, y que aprendas a limpiar tu propia arma —dijo sin contestar nada— Pagaría por ver qué pasará cuando intentes disparar con un percutor oxidado.

Traté de no cometer más errores y saltar de lleno a la plática.

— Está bien. Te entiendo. —De la primera forma en que se me ocurrió.

— ¡¿Qué?! —y, aparentemente, la más estúpida.

— Sé como te sientes.

Él explotó.

— ¡¡¡¿QUÉ?!!! ¡¡Tú ni siquiera me conoces!!

— Sólo digo que... por ejemplo... ambos conservamos una foto. Ambos estamos en medio del Amazonas...

— ¡¡Cállate, Guillermo!! ¡Si te seguí fue porque no tenía nada que perder!

Águila bajó la mirada. Debía estar haciendo un esfuerzo por no sacar una bala de la caja de municiones y hacérmela tragar a golpes. Levantó un poco el puño que llevaba apretando desde el último grito, y estuvo a punto de golpearlo contra la mesita, de no ser porque, aparentemente, su sentido común le hizo notar a tiempo que aquel pobre mueble no lo soportaría.

— Tú no sabes cómo es —dijo por fin, con el puño aún apretado.— Cómo es estar ahí. Vivir así. Llegar al punto de no sentir nada —hizo una pausa para bajar el puño.— No tener sueños, ni esperanzas, ni nada por delante. Sólo los recuerdos... Los pinches malditos recuerdos— lo miré con los ojos bien abiertos, dándome cuenta de que ésta era la primera vez que platicábamos de verdad.— Repetir una y otra vez en tu cabeza cómo fue que cometiste cada error. Cada decisión equivocada. El camino que seguiste. Viendo fracasar aquel último intento por volver a comenzar. No teniendo otra opción...

Negó un par de veces con la cabeza. Despacio, con la mirada perdida en cualquier lado. Como quien a cada hora se pregunta por qué la muerte no se lo ha llevado ya.

— No sabes cómo es —continuó.—  Arrepentirte de lo que no hiciste. De lo que no viviste. Saber que sólo sirves para esto. Y al mismo tiempo, hacerlo tan bien. Hacerlo como nadie. Preguntándote si acaso hubieses sido bueno para otra cosa. Hacer pasteles. Pintar cuadros. Escribir libros. Otra cosa...

Fruncí un poco la boca, creyendo comprender por dónde iba la cosa. Él lo notó.

— Pensarías que si pienso lo que estoy pensando entonces debería retirarme —y continuó antes de que yo pudiera decir nada.— Pero después del retiro ya no hay nada para mí.

— Creo...

— Y que sea ésta —me interrumpió— la última vez que creas que me conoces. Y que creas que me entiendes. Porque tú y yo no somos amigos.

Y siguió medio minuto de silencio. Uno. Él alternaba su mirada entre mí y la .45. Supuse que había dejado pasar el tiempo para que realmente comprendiera yo las implicaciones de aquella última oración. También supuse que miraba la .45 para comenzar a limpiarla o, siendo paranoico como él solo, para impedir que cometiera yo alguna irracionalidad.

— Pero, y tú —dijo más tranquilo, tomando mi .45 y subiendo los pies a la mesa, que crujió en agonía,— ¿crees que tienes problemas? —le quitó el cargador a la pistola.— Mírate. En tu fantasía, llena de riesgos y peligros y realidad en dósis a la cara —comenzó a desarmarla.— De repente, ya tienes la vida resuelta —botó algunas partes en lo que quedaba de espacio en la mesita.— ¿Qué crees que pasará después?

» Si sales vivo, con la evidencia que has recolectado, serán unos imbéciles si no te contratan en NatGeo.

Águila limpiaba el percutor con una franela, con un ímpetu y familiaridad sólo conocidos para él. Las balas sobre la mesita chocaban levemente entre sí, produciendo aquel tintineo ya familiar.

— Y ella. Soñaste con volver a verla, y ahora duerme en tus brazos— la Colt estaba ahora completamente desarmada.

— Es cierto. Sólo que, todo esto es tan irreal. Hasta somos prisioneros de guerra, y todavía no puedo creer el estar aquí. Y todo lo que ha pasado... Como un sueño, pero no.

— A veces eres brillante —dijo Águila ante lo obtuso de mis palabras.— Sé que tienes miedo. Que sabes lo que puede pasar. Que es probable que mueras ahora, teniéndolo todo.

— Es sólo la falta de realidad. De mi realidad, al menos.

— ¡¿Y qué otra realidad quieres?! —me miró por encima de la mesita, las partes de la pistola, las balas y sus propias botas. Comenzó entonces a armar la pistola de vuelta, tan seguro de lo que hacía como de lo que estaba a punto de decir.

— Disparas, y el retroceso de la pistola te lastima el hombro. El sonido de la detonación te deja temporalmente sordo —me miraba a los ojos, mientras que sus manos se encargaban del arma.

— En lugar de atravesarte la pierna, esa bala pudo haberte partido el cráneo —y luego hizo una pausa.— ¡¿Qué más quieres que te suceda para estar seguro de que no estás soñando?!

Estaba seguro de que él no me conocía. Sólo habíamos platicado un par de veces sobre asuntos que no fueran propiamente de la expedición. Le había confiado mi vida a un extraño que creía entender, y del que me sentía protegido. Sólo la ilusión de certeza.

— Tu carrera. Tu trabajo. El departamento. Nueva York. National Geographic. Todas esas tonterías de las que te preocupas. ¿Qué crees tú que es más real?

— "No le apuntes a nada..."

— "...que no estés dispuesto a ver muerto" —sonrió al completar la primera frase que me salió de la mente. El arma estaba casi lista. Tomó las balas regadas en la mesita y empezó a rellenar el cargador.

— Una de éstas en la cabeza —dijo, con la última Parabellum entre los dedos— y nada te puede traer de vuelta.

Había ya colocado el cargador. Aquella bala la cargó manualmente en la recámara. Finalmente, me entregó el arma, pero sólo la soltó hasta que terminó de decir lo que debía:

— Ya la trajiste hasta aquí. Lograste lo imposible. Tu culpa o no, ya le salvaste la vida.

» Pero para que este cuento termine bien, deben salir con vida de aquí. Ambos.

Un crujido. Rápidamente se incorporó. El impulso con el que lo hizo terminó por destrozar la cajita que lo había sostenido. Inmutable, puso algunas balas 5.56 sobre la mesita y comenzó a cargar su propio rifle, mientras me dijo lo último de aquel día:

— Sí, somos prisioneros. Atrapados en medio de una guerra que se ha vuelto nuestra. Y la única forma de salir de aquí es ganándola. Así que creo que los dos sabemos qué es lo que tenemos que hacer.



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Esta entrada es la secuencia de Diana II. Le antecede a Diana III, y se le hace referencia en El fin del principio. En realidad no supe qué poner aquí.


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